En el estado Trujillo, municipio Candelaria, se encuentra este apacible pueblito de montaña.
Era visita obligada en mi época de niña y adolescente, visitarlo el último fin de semana de enero para asistir a la Feria de la Candelaria, quien es su Patrona, era una costumbre.
Mi tío Juan Cañizalez, esposo de mi tía Mila, nos llevó a la casa de sus abuelos y nos enseñó a querer esa tierra de sus ancestros, que mi generación hizo suya también.
Mis primos, sus sobrinos, íbamos a disfrutar del frío que para quienes vivíamos en Lagunillas (Zulia) era un paraíso.
Caminar hacia la Cruz de la montaña, ir a la plaza el domingo a escuchar la retreta, visitar la iglesia colonial, sentarse en el ventanal a saludar a la gente amable que por allí pasaba, era la mayor distracción de esa época tan sana que vivimos. En donde no habían grupos de WhatsApp, pero si largas tertulias sobre cualquier tema que sacábamos mientras nos mecíamos en las hamacas.
Recuerdo el olor a tierra húmeda, a cebollín y ajo recién cosechado, al aroma de la leña encendida que calienta la olla para el sancocho y al sabor de las hallacas de caraotas.
Sus habitantes se dedicaban al cultivo de la tierra principalmente, muchos enviaron a sus hijos a buscar nuevos horizontes en Maracaibo, Mérida, Barquisimeto, y otras latitudes, pero volver a la tierra en donde están sus afectos y sus raíces siempre es algo bueno, hoy en #Saboresyviajes quise recordar esa época y honrar a quienes dejan su tierra y siempre anhelan volver.
¿Conoces Chejendé?

Usé fotos de Internet para mostrarles el pueblito, en mi época no usábamos cámara fotográfica